de intensa devoción que constituye el meollo y significado último del aleluya. Lo mismo debe ocurrir con la lectura de las Escrituras. Debe haber una lectura viva, fogosa, verdadera de la Palabra de Dios. Esta es la lectura que nuestras almas requieren. Pero si no leemos así, la lectura se convierte en un mero ejercicio técnico que no sirve para nada. No entender lo que leemos equivale a no leer. Algunos se consuelan con la idea de que por haber leído un capítulo ya han efectuado una buena acción,
Page 9